Sin ser un enemigo político, Andrés Manuel López Obrador lucha contra la pandemia por COVID-19 como su principal detractora. Un virus le ha arrebatado la agenda diaria y, al no encontrar una mejor táctica para vencer a un oponente invisible, vuelve a sus esquemas tradicionales.

Cambiar los temas no le ha funcionado como en otros momentos. La rifa del avión presidencial pasó a segundo término, pidió que la gente continuara su ritmo normal en las calles para luego retractarse, y en los días santos finalmente aceptó su cuarentena.

Negaron brotes hospitalarios, fingieron que era una campaña orquestada de la mafia del poder para desinformar, hasta que el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla Valdez, derrumbó en tres palabras los esfuerzos inútiles por matizar la crisis. “Caen como moscas”, reviró.

En los últimos días, probablemente porque es un animal político no acostumbrado al encierro, el presidente detona fácilmente durante sus conferencias matutinas. Por las tardes su agenda personal se descarga en las declaraciones del subsecretario Hugo López-Gatell Ramírez.

Los reportes vespertinos son cada vez menos técnicos y reposan en las declaraciones políticas. Han incrementado el número de preguntas a modo para responderle a esa opinión pública y editorial que sí escuchan, que sí leen, y de la cual están muy al pendiente.

La mañanera del pasado miércoles fue un evento excepcional. Por primera vez en su sexenio, el presidente se dijo confiado de haber terminado su transformación, le da igual si después de diciembre él sigue al frente del poder ejecutivo porque sus reformas estaban culminadas.

Revivió a la oposición a la que tiene en la pared e insiste en construirlos poderosos en el imaginario social porque, según él, están detrás de todos los movimientos de desestabilización. Ya sea desde una crítica hasta una editorial que lo retrata de cuerpo entero, los conservadores siempre están ahí.

Un virus robó la agenda diaria del presidente.

Su desesperación fue genuina cuando insistió a esos “conservadores” retomar la propuesta que permitiera adelantar la consulta de revocación de mandato a la par de las elecciones concurrentes del 2021. Nunca, en el año y medio de su gobierno, López Obrador había regateado un tema de esa forma.

Andrés Manuel también es un animal político que vive de las encuestas y la percepción pública. Las mediciones son el estetoscopio con las que entiende el pulso político y ciudadano. Los últimos 15 años de su carrera política no se entiende sin los sondeos.

Así quebró a Marcelo Ebrard Casaubón para quedarse con la candidatura del PRD en 2005. Así dobló a Ricardo Monreal Ávila en 2017 para sacarlo de la contienda en la Ciudad de México. Las encuestas son la misma razón por las que Alfonso Ramírez Cuellar llegó a la presidencia interina de Morena.

Es fiel creyente de los números; sus números. Así sea que el oponente presente tres mediciones, López Obrador sólo necesita una para fundamentar su postura. Es un presidente que gobierna para la popularidad porque es su manera de darle voz a su idea de pueblo.

De ahí que los números que arrojó la última medición del diario El Financiero, el pasado martes, lo impulsaran a retomar un tema muerto, como lo calificó su coordinador de senadores. El partido del presidente no está consolidado, y sin Andrés Manuel en la boleta esos 18 puntos de aceptación que la ciudadanía le otorga a Morena su legitimidad va en entredicho en el 2021.

Los mercados ponen en entredicho a la 4T en sus primeros años.

Es cierto que tampoco hará mucho por los demás partidos. Pero su molestia no es la oposición; su enojo nace de ver los números con los que Morena se aleja del pueblo, muestra clara de que no creen en su proyecto e indefectiblemente comienzan a tener dudas incluso de su gobierno. Una derrota moral.

La gran paradoja: mientras más pelea contra el coronavirus como un némesis político, más pierde la batalla. Y quien menos le preocupa, es quien más tiene oportunidad de herir de muerte su proyecto en apenas año y medio.

México se encuentra a un peldaño de perder la calificación crediticia a nivel global. Ahí estará por algún tiempo haciendo realidad un pronóstico ominoso para la economía del país en, por lo menos, los siguientes dos años.

¿Qué pasa cuando un país pierde esa calificación? Los capitales extranjeros toman la decisión de retirar sus inversiones en México y buscan nuevos destinos para asentar sus reservas. El mercado no va a cambiar de posición sin que López Obrador reinvente su sexenio, escenario remotamente lejos de ocurrir hoy.

El principal inversionista en la Bolsa Mexicana de Valores es nada menos que el fondo multimillonario BlackRock, con 130 mil millones de pesos. Recordemos que Andrés Manuel tuvo una videollamada con Larry Fink, presidente de la firma internacional, un día antes de presentar su plan (informe) de reactivación económica para el país.

Hablaron de los proyectos de inversión en el Tren Maya, una concesión otorgada por el presidente a cambio de que la empresa redujera sus acciones en la paraestatal PEMEX. No obstante, el panorama para México es lúgubre y no inspira confianza entre las transnacionales.

La editorial del Financial Times del pasado miércoles fue evidente: “La terrible catástrofe humanitaria de Venezuela es una clara advertencia de lo que otros cuatro años y medio de López Obrador podrían hacerle a México“. Apostar todo el apoyo a la reelección de Donald Trump es su única salida plausible.


#Casualidades: Además de una delegada desaparecida, también tenemos un Coordinador de Ganadería perdido. Esta semana, David Monreal no asistió a una reunión de la Secretaría de Agricultura con representantes del gremio ganadero para conocer la situación que atraviesan durante la pandemia. Y con su sorpresiva ausencia regresaron los rumores que lo hacen fuera del gobierno federal.

Twitter: @GabrielConV
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